Ahora que sé que los reyes son los padres
y que los padres no siempre son un refugio seguro.
Que en realidad los reyes no existen
Ahora que sé que los reyes son los padres
y que los padres no siempre son un refugio seguro.
Que en realidad los reyes no existen
El pueblo es más triste en invierno. Hace frío, mucho frío, un frío letal que atraviesa el alma. En las noches largas hay mucho tiempo para pensar, más pensar que dormir.
Los árboles han quedado desnudos, la enredadera que cubría el tapial, tan bonita, que no cesaba de regalar sus flores, no es más que unas cuantas zarzas secas y marrones. En las calles de tierra el barro se vuelve pegajoso cuando llueve, las huellas de los pocos carruajes que pasan las dejan poco menos que intransitables, llenas de agujeros que hay que saber sortear.La hora de la siesta era mágica, el sol ardía y nuestra imaginación volaba. La vereda y las calles desiertas eran nuestras. Con Lucía, Juan, Manuel y María teníamos una cita ineludible, nos sentábamos debajo de nuestro árbol a contar historias, luego el periplo seguía hasta los frutales de Don Pedro, "el viejo de los higos", como le decía María.
Un día descubres que las cosas simples de la vida no son tan simples...
Estaba a punto de comenzar el
verano, vivíamos pensando en esos días en que iríamos al mar. El primer mes era
solo imaginar, si este año haría frío, si el viento
soplaría muy fuerte por la tarde como era su santa costumbre, si llovería.
Y por fin allí
estábamos, ansiosos, con esa alegría nueva de la juventud.
¡Qué frío hacía por la mañana! El mar bravo y hermoso, para mí era la primera vez que lo veía en toda su inmensa belleza, pero aun así el temor no me impidió darme el primer baño, supe desde ese instante que esa sensación, el disfrutar del mar me acompañaría para siempre a lo largo de mi vida.
Una tarde me preguntaste si me gustaba la tarta de limón, nunca la había probado. Caminamos bordeando el bosque de pinos para resguardarnos del intenso frío del atardecer de febrero hasta llegar a una casa como la que había visto solo en los cuentos. Un alemán robusto, con el rostro enrojecido y el cabello recogido y vestido con un delantal níveo iba y venía por la pastelería muy atareado. Nos recibió un delicioso aroma a vainilla y a canela que se escapaba de la cocina, los frutos rojos lucían en las tartas en su esplendor, todas las dulzuras eran una tentación, aunque la de limón destacaba por su pureza y frescura, quise probarla.
Cada día hacíamos el camino hasta la casa de Hans como un ritual, para tomar el té y
saborear aquella delicia mirando desde la ventana como el sol en el atardecer se ocultaba en el mar.
Ella, pequeña y traviesa corre apresurada, entra en la pastelería y apoya su carita en el cristal de la vitrina donde están los
postres. Es una preciosura verla hundir sus deditos en el merengue hasta llegar
a la crema de limón que come poco a poco con una cucharita.
********
No hemos regresado a la
casa de Hans, ni al mar bravío del sur, la vida nos ha traído hasta otro color de mar, otro
cielo nos cobija, pero aquel mar siempre será nuestro.
Tocan a la puerta, es ella, entra con sus prisas de siempre, se detiene en la puerta de la cocina, mira hacia la encimera, entonces me abraza y me besa.
¡Mamá, qué bueno, pastel de limón!!. Sonríe feliz.
¡Sabes qué... cada vez te sale más rico!
Anoche soñé contigo...
El sol de noviembre del mediodía porteño se cuela por entre las ramas de los árboles. Camino despacio, sin prisas.
Una joven madre tirando del carrito del bebé busca el frescor y un rato de sosiego. Más allá una pareja en un banco se prometen amor. Dos muchachos de traje y corbata se han escapado de la oficina y toman un bocadillo, hablan y se ríen vaya a saber de qué.
Me siento en el
bordillo del árbol milenario, hace calor, el ruido de la ciudad es un sordo murmullo a lo lejos. Me distraigo mirando a dos pequeños que quieren atrapar una paloma. Una plaza se convierte
en un testigo mudo de la vida, uno se va, vuelve, y al verla de nuevo ella sabe
quién eres y tú le quisieras decir que
nunca la has olvidado, pero no sabes cómo.
Busqué aquel
banco, en el que solía leer mientras te esperaba, al levantar la vista creí
verte venir hacia mí con tu camisa blanca, tu paso apresurado y tu sonrisa..
Vamos a pedirle al tiempo
que regrese,