viernes, 25 de septiembre de 2020

La tarta de limón.

 

Estaba a punto de comenzar el verano, vivíamos pensando en esos días en que iríamos al mar. El primer mes era solo imaginar, si este año haría frío, si el viento soplaría muy fuerte por la tarde como era su santa costumbre, si llovería.

Y por fin allí estábamos, ansiosos, con esa alegría nueva de la juventud.

¡Qué frío hacía por la mañana! El mar bravo y hermoso, para mí era la  primera vez que lo veía en toda su inmensa belleza, pero aun así el temor no me impidió darme el primer baño, supe desde ese instante que esa sensación, el disfrutar del mar me acompañaría para siempre a lo largo de mi vida.

Una tarde me preguntaste si me gustaba la tarta de limón, nunca la había probado. Caminamos bordeando el bosque de pinos para resguardarnos del intenso frío del atardecer de febrero hasta llegar a una casa como la que había visto solo en los cuentos. Un alemán robusto, con el rostro enrojecido y el cabello recogido y vestido con un delantal níveo iba y venía por la pastelería muy atareado. Nos recibió un delicioso aroma a vainilla y a canela que se escapaba de la cocina, los frutos rojos lucían en las tartas en su esplendor, todas las dulzuras eran una tentación, aunque la de limón  destacaba por su pureza y frescura, quise probarla.

Cada día hacíamos el camino hasta la casa de Hans como un ritual, para tomar el té y saborear aquella delicia mirando desde la ventana como el sol en el atardecer se ocultaba en el mar.

Ella, pequeña y traviesa corre apresurada, entra en la pastelería y apoya su carita en el cristal de la vitrina donde están los postres. Es una preciosura verla hundir sus deditos en el merengue hasta llegar a la crema de limón que come poco a poco con una cucharita.

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No hemos regresado a la casa de Hans, ni al mar bravío del sur, la vida nos ha traído hasta otro color de mar, otro cielo nos cobija, pero aquel mar siempre será nuestro.

Tocan a la puerta, es ella, entra con sus prisas de siempre, se detiene en la puerta de la cocina, mira hacia la encimera, entonces me abraza y me besa.

¡Mamá, qué bueno, pastel de limón!!. Sonríe feliz.

 ¡Sabes qué... cada vez te sale más rico!





 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Plaza San Martín... Buenos Aires.

 

Anoche soñé contigo...

 El sol de noviembre del mediodía porteño se cuela por entre las ramas de los árboles. Camino despacio, sin prisas. 

Una joven madre tirando del carrito del bebé busca el frescor y un rato de sosiego. Más allá una pareja en un banco se prometen amor. Dos muchachos de traje y corbata se han escapado de la oficina y toman un bocadillo, hablan y se ríen vaya a saber de qué.

Me siento en el bordillo del árbol milenario, hace calor, el ruido de la ciudad es un sordo murmullo a lo lejos. Me distraigo mirando a dos pequeños que quieren atrapar una paloma. Una plaza se convierte en un testigo mudo de la vida, uno se va, vuelve, y al verla de nuevo ella sabe quién eres y tú le quisieras decir que nunca la has olvidado, pero no sabes cómo.

Busqué aquel banco, en el que solía leer mientras te esperaba, al levantar la vista creí verte venir hacia mí con tu camisa blanca, tu paso apresurado y tu sonrisa..





 

Devolución

 Vamos a pedirle al tiempo

que regrese,

que nos devuelva,
las horas, los minutos
y los segundos,
que perdimos juntos..