sábado, 30 de junio de 2018

Allende Galicia... allende los mares


 Pepe era un muchachito de diecisiete años, inquieto y vivaz. Vivía con sus abuelos en una pequeña aldea en Galicia. Acostumbrado a disfrutar a su antojo del maravilloso verdor de las montañas. Su padre como tantos había  emigrado a Argentina, en busca de nuevos horizontes, con la promesa que se reuniría con su mujer y el niño cuando comenzaran a ir bien las cosas.
 La maldita epidemia de la fiebre de aquellos años que diezmó la vida de miles de personas, le arrebató a su joven madre, una bella muchacha llamada Sofía cuando él acababa de cumplir cinco años.  
Sus abuelos eran su única familia, lo criaron y educaron con todo el amor que fueron capaces de dar cargando el inmenso dolor por la muerte de su hija. Para ellos ese niño no era solo su nieto, lo era todo, su  alegría, la vida entera.
Un pensamiento cada vez más inquietante comenzó a desvelar las noches de los abuelos ya mayores. Día tras día, hasta que por fin la tremenda decisión fue tomada. Iría con su padre a Argentina, aquel desconocido que vivía en una lejana tierra, de quien no sabía nada, solo que era su padre.
En su inocencia y juventud no entendía por qué tenía que partir, dejar su hogar, sus queridos abuelos, su aldea, sus montañas. Una pena inmensa inundaba su alma, su vida se había fragmentado. No había explicación que él pudiera comprender.
 Recorre cada rincón de la aldea, como si quisiera guardar en su retina los colores de sus montañas, los aromas de su infancia. La abuela guarda unas pocas cosas en una pequeña maleta y con cada una de ellas siente que se va su vida.
El tiempo implacable marcó el día en que debía partir y así la despedida. El abrazo único, entrañable y en ese abrazo el adiós. La angustia en la certeza que nunca más volverán a verse, nunca más.
El cielo azul se oscureció, la tristeza del adiós lo tiñó de grises y de sombras. Lloraron los abuelos lágrimas de impotencia ante el deber  mientras el corazón se negaba.
Un inmenso vacío es todo lo que les queda a Agustín y a Neves, el amor, la ternura, la alegría se ha ido con su amado nieto.
Se marcha sin mirar atrás. No sabe hacia dónde va ni qué le aguarda del otro lado del océano. El barco que lo lleva navega en un mar de incertidumbre.

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 Transcurre el  tiempo  y el joven aprende a querer a su nuevo terruño, el dolor va desapareciendo y se arraiga a las llanuras donde el trigo dorado se mece al vaivén de los vientos de la pampa. En Alberti, un  pueblo de la provincia de Buenos Aires se afinca “o mozo galego” con su padre y aprende a trabajar la tierra. A pesar que este es un hombre hosco, distante y no demuestra ningún  afecto Pepe trata de superarlo. En la soledad de su pequeño cuarto por las noches cuando cierra los ojos piensa en los abuelos, en su Galicia y llora en silencio.
Los hilos del destino y la vida se encargaron de continuar la historia. Una  hermosa muchacha de la ciudad es designada a una escuela rural para ejercer su profesión de maestra. El amor unió a Pepe y a Estela, la joven maestra, con la que más tarde contrajo matrimonio. La vida lo había  recompensado. Con su mujer y sus tres hijos ya tenía su familia. Nunca más estaría solo.
 La felicidad lo acarició como una delicada mariposa. En la mirada de sus ojos oscuros no podía disimular la morriña cuando hablaba de su aldea allá en su Galicia.  
A menudo surgían en la mente lúcida los recuerdos lejanos pero vívidos del abuelo.
 “y el abuelo entonces, cuando yo era niño me hablaba de España, del viento del norte, de la vieja aldea y de sus montañas. Le gustaba tanto recordar las cosas que llevo grabadas muy dentro del alma, que a veces callado, sin decir palabra, me hablaba de España.”  
(El abuelo - Alberto Cortez - fragmento)

 Con inmenso cariño a la memoria de Don José Rios Vázquez, el abuelo Pepe. Ejemplo de honestidad y de nobleza. Un español de Galicia, que conservaba su acento y sus maneras de decir. Tomaba mate con torrijas, mientras escuchaba su música preferida, el tango.






Derechos de Autor-  Mirta Calabrese De Luca