La primavera se adivina detrás de las ventanas pero no ha
querido entrar en esta casa. Yo lo había preparado todo para ella. Había
guardado en el desván las cosas del invierno, las mantas, los abrigos. Había puesto visillos alegres de lino ligero
para que la brisa fresca y leve de la tarde los agitara, entrara la tibieza del
sol y pudiera acariciar toda la estancia. Había elegido un ramillete de flores
perfumadas y las había puesto para adornar la mesa. Pero el sol ni lo ha notado.
No ha tocado siquiera el alféizar. Ni el aire se ha atrevido a rozar esas telas
quietas, que se han quedado como una novia aguardando a su amor.
Me he retirado entonces a mi alcoba, que es la habitación más
fresca y oculta. Y allí, inmóvil en el centro de una penumbra tenue, mis ojos
fijos en la pared blanca, he sentido dentro de mí que la ilusión se esfumaba. Por la ventana entraban solo unos hilos de la
luz dorada del final de la tarde, cuando el sol parecía desangrarse.
A lo lejos, una casita
pequeña dejaba escapar de su chimenea unas finas volutas de humo gris que se
mezclaban con el color incierto del cielo a esa hora.
Presentía que más allá de aquel sitio, alguien venía hacia mi
casa. Aparecía y desaparecía entre los
árboles, las flores del bosque y el canto de los pájaros. El tiempo transcurrió
perezoso, sin prisa alguna. Se estiraron las horas y los minutos en la espera
inútil.
La noche tibia se fue cerrando poco a poco hasta borrar el
día. Afuera, la primavera derramaba su aroma dulce entre los callados almendros
en flor. He dejado, por si acaso, como
al descuido, la puerta entreabierta..
Relato publicado en el libro "Cuentos de las Estaciones" - Cuento de Primavera.