domingo, 16 de septiembre de 2018

La chica de la bicicleta verde


La veía pasar casi a diario por mi calle, era una chica preciosa, el cabello le caía sobre los hombros como una cascada rojiza, iba montada en una bicicleta verde, me llamaba la atención el color verde brillante y lo cuidada que tenía la bici.

Deduje que debía ir al instituto que estaba al otro lado del puente viejo. Cada día aguardaba a que pasara, ella pedaleaba muy de prisa por lo que el tiempo que tenía para admirarla era muy corto, siempre llevaba una bolsa de colores colgada del manillar, un vestido con florcitas azules, casi nunca usaba pantalones como las otras chicas, y su mirada fija en el camino sin desviarla ni por un momento.

Llegué a  cambiar algunas de mis rutinas para asegurarme que cuando ella pasara yo estaría allí para mirarla, porque no me atrevía a hacer nada para lograr entablar un diálogo por más simple que fuera y llamar su atención.

Averigué su nombre inventando que mi abuela necesitaba aspirinas, otro día gasas, al siguiente vendas elásticas. En la farmacia traté de olvidarme de mi maldita timidez y pude hablar con Alice que era compañera de clase de la chica de mis sueños. La hija del farmacéutico era algo antipática pero con paciencia y tratando de agradarle me contó que Clarice era la mayor de cinco hermanos de una familia alemana, que tenía que cuidarlos y ayudar en su casa aparte de estudiar. No sabía mucho más acerca de ella, era muy callada y siempre parecía preocupada. 

Los días se hacían interminables, Clarice no había vuelto a pasear en bici por mi calle. Dejaba las cortinas del salón abiertas para vigilar, con los consiguientes reproches de mi madre. Tenía una vaga idea del barrio donde ella vivía, decidí entonces coger mi vieja bici y salir a ver si la encontraba por esas casualidades que tiene la vida, aunque esto no ocurría por más que lo intentaba.

Uno de los días que daba una vuelta de reconocimiento, como me gustaba decir, siempre con la esperanza de encontrar a Clarice, tomé por el puente viejo, un lugar casi emblemático de mi pueblo, no podía creerlo, pero sí,  ahí estaba ella, por lo visto cruzaría el puente. Apoyé la bicicleta en el muro para esperar, mi oportunidad había llegado estaba decidido a hablarle. El corazón me latía muy fuerte, trataba de calmarme y pensaba:

“Manuel, tranquilo, qué cosa podrás inventar para hablar con ella, 
 ¡Piensa hombre piensa!” 

Mientras estaba en esas cavilaciones Clarice se acercaba en su bici verde. 
No sé cómo pasó, todo ocurrió de pronto, aquella visión me angustió y sorprendió de tal modo que solo sé que cogí la bicicleta, pedaleé como nunca hasta no sentir las piernas, el puente me pareció infinito, llegué sin aliento, ella estaba encaramada en el borde mirando hacia abajo mientras se inclinaba, su cabello rojo se agitaba con el viento, su vestido con flores se hinchaba como la vela de un barco a la deriva, mis manos trataban de alcanzarla, solo conseguía rozar apenas su cuerpo frágil. 

Por fin logré atraerla con fuerza hacia mí tirando de su vestido, los dos rodamos por el suelo, nos hicimos daño, las piedras sueltas se nos incrustaron en la espalda y en las piernas, eso ya no importaba. La mantenía aferrada a mi cuerpo, ella lloraba desconsolada mientras nos mojaba la llovizna fría que había comenzado a caer. Ese día pasé de ser un adolescente imberbe a una persona responsable en pocos minutos.

No podía reprocharle nada, ni preguntarle el porqué, solo sentía que debía abrazarla muy fuerte. A nuestro lado su bicicleta verde abandonada en el suelo brillaba aún más con las gotas de la lluvia. 
Era un testigo mudo de una tragedia de la cual habíamos escapado los dos..