viernes, 8 de septiembre de 2017

Preludio de otoño.

Fin de agosto, últimos días del verano. Los turistas regresan a sus vidas.
Las ciudades y los pueblos van recuperando las escenas cotidianas. Sin días tan largos y luminosos, cuesta dejar la pereza estival sin horarios ni medida. Septiembre, aún soleado pretende engañar, pero nada es igual. 
Las terracitas de los bares despobladas, sin los extranjeros cenando a las seis de la tarde, con sus cuerpos rojos por el ansia de sol y sus calcetines blancos. Últimos días de atardeceres cálidos, últimos baños de mar salados, de noches de luna sin prisa por dormir, de promesas de amor que no se cumplirán.
El paisaje deslucido, gris, como la gente, parece tener una pátina que esconde los colores. Los senderos sembrados de hojas crujientes. Los niños resignan sus juguetes de playa por las mochilas del colegio, sin remedio.
Algo distinto flota en el aire, una cierta nostalgia. Tal vez se parece un poco a ese sentimiento que de pequeña me asaltaba los domingos por la tarde.
El tiempo implacable, se estira, nos aplasta, va a la suya, nos roba los lugares. No queda más que seguir el ritmo. 

En mi balcón, para mi sorpresa, una rosa ha florecido desafiante..