miércoles, 22 de noviembre de 2017

El Viaje.

Pedro apura el paso, cada tanto voltea, tiene la certeza de que alguien lo sigue.
Cada vez más cerca, puede sentir el respirar jadeante, el chasquido de la hierba al quebrarse. Solo piensa en la  mala idea que ha tenido en querer volver andando. Se lo habían advertido, ahora es tarde para arrepentirse. Ya casi alcanza la carretera, las luces de un coche lo enceguecen. Al llegar junto a él se detiene, la muchacha al volante le abre la portezuela, y con un gesto seductor lo invita a subir.

─¿Puedes llevarme hasta el pueblo?  pregunta ansioso.

─¡Claro! voy para allí.

Pedro no lo piensa, no tiene tiempo. Sube de prisa, se sienta y suspira aliviado.
La conductora, vestido negro, cabello negro y unos ojos negros de mirada penetrante lo observa por el espejo retrovisor.

─ ¿No te da miedo levantar a un desconocido en el camino a estas horas? pregunta Pedro.

─No, no tengo miedo.

─ ¿Y si es alguien que te quisiera robar, qué harías?

─No pienso en eso.

─¿Y si alguna vez intentaran matarte?

─ No, nunca tengo miedo.

─ Creí que me seguían, fue horrible, por suerte apareciste.

─ Entiendo, pero no sé qué es el miedo. Yo debo hacer mi trabajo.

─¿Y qué es lo que haces?

En la siguiente curva acelera a la máxima velocidad ante el estupor de Pedro, que no atina a pronunciar palabra alguna y se desvía del camino sin control por la pendiente hacia el acantilado. 
La misteriosa conductora del vestido y los ojos negros contempla en lo profundo del precipicio el coche destrozado entre las piedras, iluminado por la fría luz de la luna.
Sonríe con una mueca macabra, acomoda displicente su largo cabello negro, y se desvanece en la noche..