miércoles, 29 de abril de 2015

Indulgencia

Estaba muy molesto, dijo que no podía más, que esto lo colmaba todo,  nervioso  se restregaba las manos. Nunca lo había visto así, él, que era un ejemplo de paciencia y dulzura, lo desconocía. Fue entonces cuando afirmó que me abandonaba, que nunca había tenido que proteger a  alguien como yo, tan imprevisible, que me ponía  en situaciones  de riesgo y que tenía la cabeza  dura como piedra. Que no lo llamara. Dio un portazo y se fue.  Me senté en mi cama, afligida, no sabía que hacer. Como sería mi vida desde ahora sin él. Al cabo de un rato, aparté un poco las cortinas y ahí estaba, en la vereda de enfrente, mirando hacia mi ventana, haciendo ademán de  cruzar de nuevo la calle, con su luz y su ternura. Suspiré aliviada, mi Ángel de la Guarda  ya no estaba enfadado…