domingo, 18 de octubre de 2020

Susurro del viento entre los álamos

 El pueblo es más triste en invierno. Hace frío, mucho frío, un frío letal que atraviesa el alma. En las noches largas hay mucho tiempo para pensar, más pensar que dormir. 

Los árboles han quedado desnudos, la enredadera que cubría el tapial, tan bonita, que no cesaba de regalar sus flores, no es más que unas cuantas zarzas secas y marrones. En las calles de tierra el  barro se vuelve pegajoso cuando llueve, las huellas de los pocos carruajes que pasan las dejan poco menos que intransitables, llenas de agujeros que hay que saber sortear. 
El alcalde ha dicho que no hay dinero para el asfalto. Que tal vez el año próximo, si todo va bien.
Los resignados vecinos de esta zona olvidada no le creen. Lo miran callados pasear por el centro con su coche nuevo y lustroso.

 Juan y Santiago son hermanos. Santiago vive a una calle girando a la derecha de la casa de su hermano. El mayor y el más joven de los once hijos que tuvo la madre, en su humilde rancho, "en el medio del campo" como dicen los paisanos, y sin un médico que la asista. 
Juan, el hermano mayor, está casado con Catalina, tienen tres hijos, que ya han volado como golondrinas a la capital en busca del verano. Santiago en cambio está solo, muy solo, si no fuera por su hermano tantas veces no probaría bocado. Él también en un tiempo tuvo una familia, pero la vida ha sido muy dura para este hombre de mirada profunda y melancólica.

En las noticias de la radio, que Juan escucha al levantarse mientras toma una taza de café han dicho que vendrá tormenta mala, que se aconseja tomar precauciones.
Él con su mujer se han puesto a la tarea de acondicionar las jaulas de las gallinas y los patos, reforzar las ventanas y acopiar algunos alimentos. Juan no solo tiene que preocuparse por lo suyo, piensa en Santiago. Ha ido hasta su casa para avisarle que cierre muy bien puertas y ventanas. 
Ya comienza, de a poco como un susurro entre los álamos a soplar el viento, arisco y frío.

—Anuncian vientos huracanados y lluvia, cierra muy bien todo Santiago.

— Es tan largo y frío este invierno, que no sé si este año vendrá la primavera.—comenta Santiago, con un dejo de angustia en su voz. 

—¡Hasta mañana, cuídate hermano, ehh!

Juan le ha llevado un tazón de sopa, para que se caliente el cuerpo, algo de tocino, unos huevos y una galleta para que pueda aguantar hasta que pase la tormenta. El cielo encapotado empieza a rugir, la lluvia se escucha como un tropel de caballos sobre el techo de chapas de la casa y el viento silba en el alero y se lleva por delante todo lo que encuentra suelto.

Se hace larga la noche en la incertidumbre de lo que pueda pasar.  Golpea con fuerza la lluvia y corre el agua por donde encuentra una grieta, se cansa el cielo de enceguecer la oscuridad en incesantes relámpagos.
Apenas aclara, Juan que solo pudo dormitar un poco se calza sus botas de goma, se cubre con un viejo impermeable y sale chapoteando barro y esquivando las ramas de los árboles que cayeron.  

En  la casa de su hermano, todo está cerrado y a oscuras. Golpea varias veces la puerta y nadie responde, va entonces a la parte de atrás, una de las ventanas está abierta de par en par. Sin pérdida de tiempo salta y una vez dentro de la casa, corre llamando a gritos a su hermano.

—¿Santiago, dónde estás hermano? ¡Contesta por favor!!

En la puerta de la habitación queda paralizado, la escena que ve le rompe el corazón. Le cuesta llegar hasta donde se encuentra Santiago, sus piernas se aflojan, no le responden.

Llora Juan como un niño, tapándose con las manos el rostro, se inclina y abraza a su hermano que yace en la cama inmóvil, con uno de los travesaños del techo en medio del pecho.
Maldice en su desesperación a la tormenta, al viento, a la lluvia y a la vida de Santiago. Se inclina junto a él, le besa la frente, lo acaricia con ternura.
Retumban aún en sus oídos las palabras de su hermano:

“No sé si este año vendrá la primavera.."



sábado, 17 de octubre de 2020

La hora de la siesta

 La hora de la siesta era mágica, el sol ardía y nuestra imaginación volaba. La vereda y las calles desiertas eran nuestras. Con Lucía, Juan, Manuel y María  teníamos una cita ineludible, nos sentábamos debajo de nuestro árbol a contar historias, luego el periplo seguía hasta los frutales de Don Pedro, "el viejo de los higos", como le decía María.

Nuestra calle era de tierra, ancha, tranquila  y arbolada con paraísos, al comenzar la    primavera se cubrían de flores azules que parecían trocitos de cielo, aún recuerdo ese aroma único. Las casas no tenían tapias, todos nos conocíamos, nuestro pueblo era una extensión del campo con trigales que el aire húmedo de la pampa agitaba como rubias cabelleras, la vista no alcanzaba a divisar el horizonte donde pastaban las vacas curiosas que se acercaban al alambrado cuando pasaba alguien en coche o a caballo. 
En la calle podíamos jugar y andar en bici libres como el viento. Era la hora de las mariposas, las había de todos los colores, jugábamos a quién atrapaba la más rara. 
El sol quemaba más que de costumbre aquel día, pero los higos de almíbar eran nuestra tentación. Lucía apresurada trepó a la higuera, resbaló y se raspó las rodillas, le estábamos regañando cuando Manuel nos hizo señal de callarnos.
 ─¡¡Chissst ...chissss, ahí viene Coco, a escondernos!!
Rápido nos ocultamos. Coco, así le llamaban en el pueblo; era un "linyera",  un vagabundo,  iba en un carro tirado por un caballo flaco, sus bolsas y trastos colgando, una barba espesa le cubría casi todo el rostro. Se tejían muchas historias acerca de él, algunos decían que había sido un gran abogado en sus tiempos y debido a una desgracia familiar acabó así, nosotros le temíamos, tal vez por aquel mandato atávico que nos repetían..."No hables con desconocidos".
Desde nuestro escondite lo observábamos, de pronto, el hombre baja del carro con dificultad, se tambalea, se quita el sombrero y agarra su cabeza con las dos manos con un gesto de dolor.
María grita  ─¡Está borracho, lo ven...uyyyy se va a caer!!-
─¡Te quieres callar!─ dice Manuel.
En ese momento el hombre se desploma, y queda tendido al costado del carro, nos miramos sin saber qué hacer, hasta que Juan grita:
─¡Tenemos que avisar a alguien, no les parece!!
 Mi casa era la que se encontraba más cerca, en un momento estoy allí.
─¡Papá, papá!!-
 ─¿Qué pasa hija?
─¡Coco, el linyera, está tirado en la calle, está muerto!!
 ─Pronto, trae una jarra de agua fresca, voy ahora mismo. 
Los chicos habían salido de su escondite y rodeaban a mi padre mientras él le refrescaba la cara, le daba de beber, el hombre poco a poco iba recuperando el sentido, entre todos le ayudamos a mi padre a sentarlo a la sombra fresca de los árboles. 
─Don, tiene que cuidarse a estas horas de este sol endiablado y beber agua. Dice mi padre.

El otoño ha pincelado los árboles de ocres, una rosa tardía perfuma el jardín, un carro con un caballo flaco se acerca, vamos a su encuentro. Coco nos saluda agitando la mano, con su sonrisa triste y su mirada agradecida. Le devolvemos el saludo y corremos entre risas detrás de su carro, ya no le tememos. Cada vez que Coco viene por nuestra calle le ayudamos con ropa, alimentos, lo que cada uno puede, una manera de demostrarle nuestro afecto. Nos ha  enseñado una lección para toda la vida.

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 Cuando vuelvo a mi pueblo busco aquel tiempo sin tiempo, esa infancia de juegos simples, de inocencia. Al cerrar los ojos creo escuchar nuestras risas frescas y sentir el aroma dulce de los paraísos... las mariposas ya no están.






 


domingo, 4 de octubre de 2020

"Canción de las simples cosas"


 La voz y el sentimiento de Mercedes Sosa. "Canción de las simples cosas"
Autores: Armando Tejada Gómez - César Isella.

Un día descubres que las cosas simples de la vida no son tan simples...