El pueblo es más triste en invierno. Hace frío, mucho frío, un frío letal que atraviesa el alma. En las noches largas hay mucho tiempo para pensar, más pensar que dormir.
Los árboles han quedado desnudos, la enredadera que cubría el tapial, tan bonita, que no cesaba de
regalar sus flores, no es más que unas cuantas zarzas secas y marrones. En las calles de tierra el barro se vuelve pegajoso cuando llueve, las huellas de
los pocos carruajes que pasan las dejan poco menos que intransitables, llenas de agujeros que hay que
saber sortear.
El alcalde ha dicho que no hay dinero para el asfalto. Que tal
vez el año próximo, si todo va bien.
Los resignados vecinos de esta zona olvidada no le
creen. Lo miran callados pasear por el centro con su
coche nuevo y lustroso.
Juan y Santiago son hermanos. Santiago vive a una calle girando a la derecha de la casa de su hermano. El mayor y el más joven de los once hijos que tuvo la madre, en su humilde rancho, "en el medio del campo" como dicen los paisanos, y sin un
médico que la asista.
Juan, el hermano mayor, está casado
con Catalina, tienen tres hijos, que ya han volado como golondrinas a la capital en busca del verano. Santiago en
cambio está solo, muy solo, si no fuera por su hermano tantas veces no probaría
bocado. Él también en un tiempo tuvo una familia, pero la vida ha sido muy dura para este hombre de mirada profunda y melancólica.
En las noticias de la radio, que Juan escucha al levantarse mientras toma una taza de café han dicho que vendrá tormenta mala, que se aconseja tomar precauciones.
Él con su mujer se han puesto a la tarea de acondicionar las jaulas de las
gallinas y los patos, reforzar las ventanas y acopiar algunos alimentos. Juan
no solo tiene que preocuparse por lo suyo, piensa en Santiago. Ha ido hasta su
casa para avisarle que cierre muy bien puertas y ventanas.
Ya comienza, de a poco como un susurro entre los álamos a soplar el viento, arisco
y frío.
—Soplará mucho el viento, y lloverá, cierra muy bien todo
Santiago.
— Es tan largo y frío este invierno, que no sé si
llegará la primavera.—comenta Santiago, con un dejo de angustia en su voz.
—¡Hasta mañana, cuídate hermano, ehh!
Juan le ha llevado un tazón de sopa, para que se caliente el cuerpo, algo de
tocino, unos huevos y una galleta para que pueda aguantar hasta que pase la
tormenta. El cielo encapotado empieza a rugir, la lluvia se escucha como un
tropel de caballos sobre el techo de chapas de la casa y el viento silba en el alero y se
lleva por delante todo lo que encuentra suelto.
Se hace larga la noche en la incertidumbre de lo que
pueda pasar. Golpea con fuerza la lluvia y corre el agua por donde encuentra una grieta, se cansa el cielo de
enceguecer la oscuridad en incesantes relámpagos.
Apenas aclara, Juan que solo pudo dormitar un poco se calza sus botas de
goma, se cubre con un viejo impermeable y sale chapoteando barro y esquivando las ramas
de los árboles que cayeron.
En la casa de su hermano, todo está cerrado y a
oscuras. Golpea varias veces la puerta y nadie responde, va entonces a la parte de atrás, una de las ventanas está abierta
de par en par. Sin pérdida de tiempo salta y una vez dentro de la casa, corre llamando a
gritos a su hermano.
—¿Santiago, dónde estás hermano? ¡Contesta por favor!!
En la puerta de la habitación queda paralizado, la escena que ve le rompe el corazón. Le cuesta llegar hasta donde se encuentra Santiago, sus piernas se aflojan, no le responden.
Llora Juan como un niño, tapándose con las manos el
rostro, se inclina y abraza a su hermano que yace en la cama inmóvil, con uno de
los travesaños del techo en medio del pecho.
Maldice en su desesperación a la tormenta, al
viento, a la lluvia y a la vida de Santiago. Se arrodilla junto a él, le besa la frente, lo acaricia con ternura.
Retumban aún en sus oídos las palabras de su hermano:
“No sé si este año vendrá la primavera.."