Con tu luz y exquisita presencia
tu esencia suave y deliciosa,
dueño y señor engalanabas aquel patio
contemplando callado nuestra infancia.
Te sonrojaste
con aquellas tonterías
compartidas al abrigo de tu sombra.
Blanco destino de flores perfumadas
derramaban caprichosas su belleza.
La abuela, su ternura, infinita dulzura
ella era tu madre, ella era tu dueña.
Se deslizó el tiempo, tirano y silencioso,
y se fueron yendo los seres uno a uno.
Se despobló la casa, de voces y de aromas
Sin prisas, dulcemente, se marchó la abuela
y lloramos juntos la primera pena.
Tu fragancia
sustenta mis recuerdos,
te pienso tan vívido e intenso .
No me atreví a volver, quizás por cobardía
no pude resistir la angustia de no verte,
atesoro por siempre tu belleza nívea.
La abuela seguro se sonríe,
ante una
pregunta que no hallará respuesta
¿Vive ella
ahí, tu madre, en el jazmín?...
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