Me gustan las hojas secas doradas, pisarlas y sentir como crujen bulliciosas, ligeras, juguetonas con el viento. Se dejan llevar, no se oponen, se alzan, giran, y divertidas vuelven a caer.
Me agrada la tibieza del sol de este
tiempo, las tardes se tiñen de una luz diferente.
El verano es obstinado y se
resiste a marcharse.
Una vaga e inexplicable melancolía invade por momentos todo el ambiente; tal vez por el silencio que reina en el bosque. Las
golondrinas ávidas de verano emprendieron su vuelo.
En algunos jardines de casonas antiguas
las rosas asoman su belleza tardía. De pronto, en una esquina, el aroma a
castañas y a café recién molido inundan la tarde de una repentina alegría.
Los niños con sus madres corren y se ríen felices llevando en sus manitas las dulzuras del otoño...
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