Abelardo tenía la experiencia de alguien que ha vivido y sabía contar historias. Solíamos pedirle que leyera, poseía una voz armoniosa. Era nuestro referente en el taller literario y muy divertido. De buenas a primeras dejó las clases y todos echamos en falta su entusiasmo extravagante.
Un día lo vi por casualidad y quise saber…
─No le cuentes a nadie ─me dijo en voz baja─ me enamoré de la muchacha de mi novela, escribimos un texto sin protección…caímos en la tentación de las letras…
Bueno, bonito y breve, ¿qué más podemos pedir?
ResponderEliminarMe ha encantado, Miry.
Un abrazo.
Josep, muchas gracias, siempre tan generoso.
EliminarUn abrazo.