sábado, 27 de julio de 2019

Regreso

El avión está a punto de despegar con destino a Buenos Aires. Han pasado treinta y siete años. Soy Laura P.

Esa fatídica mañana mi bebé tomaba su biberón, jugábamos y nos reíamos. Estaba recogiendo las tazas del desayuno cuando lo cotidiano se interrumpe, fuertes golpes y gritos en la puerta de entrada me sobresaltan:

«¡El Ejército, abra la puerta!»

Más patadas y gritos. Asesinatos, torturas, desapariciones, todo viene a mi memoria en un instante. Corro por el pasillo con mi pequeña llorando. No puedo pensar. Intentaba saltar el muro de atrás y veo a Mabel, mi vecina que toma a mi hija en sus brazos y la esconde  en su casa. 
Se escucha un disparo. Los demás vecinos a puertas cerradas.

Soy apresada y obligada a fuerza de golpes a entrar en una furgoneta, me vendan los ojos y me atan las manos. Lloro y grito desesperada pidiendo clemencia por mi hija, mojando la venda que me cubre los ojos. 
Calculo que anduvimos unas quince o veinte cuadras. Se detienen unos minutos y regresan con otra persona, no escucho su voz, solo la de ellos, no entiendo lo que dicen. Creo que son cuatro o cinco militares. 

A golpes e insultos nos tiran en el suelo de la furgoneta.
Llegamos a un lugar, a empujones y más golpes entramos en lo que parece ser una casa. Aun sin ver, presiento donde vamos, a uno de los llamados Campos de Concentración, que los militares represores y adueñados del gobierno y de la vida tienen por toda Argentina.

Al otro día me interrogaron, me insultaron y humillaron como mujer, uno de los torturadores me puso una pistola en la cabeza y apretó el gatillo, me dijo que le contara todo lo que sabía.
Juré llorando que no sabía nada, que era un error, eso enfureció aún más al torturador. Me golpeó en la espalda y me decía que tratara de recordar, que si no sería mucho peor.

Se escuchaban gritos de dolor durante la noche. 
«Agua señor, por favor» «Un trozo de pan, señor». 

Vivíamos en condiciones infrahumanas unas veinte personas. El número variaba conforme se iban unos y venían otros. Había que estar siempre  con los ojos vendados, sobre un colchón maloliente, casi  siempre con las manos atadas.  A los hombres les ponían las esposas. Nos vigilaban todo el tiempo. No se dejaban escuchar por momentos, pero nos vigilaban cada movimiento.
Tenían cuatro turnos, aprendí a reconocer las voces de cada uno.
Una noche trajeron a un chico nuevo, casi un niño, lo tuvieron colgado de los brazos y sumergido en un pozo de agua, luego lo dejaron  toda la noche de pie, desnudo y esposado,  al lado de mí. Lo golpearon brutalmente. Cada tanto entraba uno y lo golpeaba, se reían y decían que  estaban aburridos. Pasábamos hambre todo el día y  nos daban  apenas un poco de agua. 

Una sola vez al día nos dejaban ir al baño, era humillante, los guardias nos observaban e insultaban. Nos permitían bañarnos solo cada quince días, estábamos muy sucios, no nos dejaban ni lavar las manos. A los hombres los mojaban con mangueras, como si fuesen animales.

Un día por la mañana se llevaron a Elizabeth C. una chica de 26 años y a su novio. Escuchamos que habían sido encontrados muertos, en un supuesto «enfrentamiento». Todos sabíamos que habían sido asesinados.

Era tal la desesperación que cuando los guardias entraban y preguntaban quién quería ser trasladado, algunos decían: 

«¡¡Yo quiero!! ¡por favor llévenme!!» 

Ni imaginaban su destino, creo que ya no les importaba. 
Solo pensaba en mi hija, me daba fuerzas para seguir viva.
Un día sucedió un imprevisto, entró un militar y a gritos preguntó:
«¿Hay alguno que sepa entender el idioma de esos gringos de mierda, esos que hablan inglés?» 
Dije que podía hacerlo, el corazón me latía muy fuerte. Me llevaron con violencia a una habitación, me quitaron la venda de los ojos. Me dolía la luz que entraba por la pequeña ventana, me echaron agua fría en la cara y me dieron un trapo sucio para que me seque. Todos los militares estaban encapuchados. Cada dos o tres días me llamaban para traducir noticias que llegaban del exterior, así pude pasar  unas horas sentada y descansar un poco. Cuando acababa con lo que me pedían, todo  seguía igual.

Trajeron a  una chica embarazada de siete meses, Eugenia R. le aplicaron picana eléctrica en el vientre. Un mes antes de dar a luz le permitieron caminar alrededor de una mesa con los ojos vendados. El día que nació su hijo fue «asistida» por los guardias, no me dejaron que la acompañe, fue terrible. Del bebé se adueñó uno de los represores. Uno más de los miles de niños que arrebataron sin piedad a sus madres. No estaba permitido hablar con nadie, un día me descubrieron y recibí castigo, me dejaron desnuda y un chorro de agua fría me caía en la cabeza por horas.

Pasé casi tres años en cautiverio en diferentes lugares. Un día por la mañana vino un enfermero y me dio una inyección. Dos soldados me llevaban arrastrando, me subieron a un vehículo, no sabía bien qué era, tenía mucho sueño, el ruido del motor se escuchaba muy fuerte. No puedo recordar, perdí el sentido.
Luego de un tiempo que no pude precisar detuvieron  el vehículo y otra vez los  gritos:

 «¡¡Salte, vamos, salte maldita sea, hija de puta!!»

 Apenas pude darme cuenta de lo que pasaba.

 «¡¡Salte!! Bueno, entonces te vamos a ayudar!». 

Risas e insultos. 

Imploro: «¡Por favor, no!!».

 Debía ser el llamado vuelo de la muerte, desde un avión obligan a las personas a saltar al mar, o un simulacro...

«Esto te pasa porque tenés mala memoria y no quisiste contarnos nada» 

Veo la carita de mi hija. Me empujaron, no recuerdo más.

Sentía un frío atroz, temblaba, estaba sola, mi cuerpo sobre la maleza, no me podía mover, no tenía fuerzas.  Mi mente no respondía. 

«¿Me habían liberado, estaba viva?». 

Pasaron muchas horas, no sé cuántas..
Me encontraron dos muchachos al anochecer. No podía hablar,  estaba tan débil que no tenía aliento ni para decirles mi nombre. Me ayudaron, me llevaron a su casa, no podré nunca terminar de agradecerles todo lo que hicieron por mí, les debo mi vida.

**********

Nos preparamos para aterrizar en el aeropuerto de Ezeiza. Me invaden sentimientos inexplicables y contradictorios. Solo me espera Ana L. periodista y mi amiga de toda la vida. 
 Respiro hondo, el aire tibio inunda mis pulmones. Es primavera en Buenos Aires.

Ana viene a mi encuentro, nos abrazamos muy fuerte.

─¿Cómo has estado Laura? 

─Sobreviviendo Ana, sobreviviendo..


(Escrito y dedicado en homenaje a la memoria de las treinta mil víctimas. Para no olvidar.)






4 comentarios:

  1. Un relato que nos traslada al horror. Cuando pienso en todo lo que el ser humano es capaz de hacer con su prójimo me estremezco. debemos pasar página una y otra vez, pero nunca olvidar.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Francisco por tu tiempo para leer. Como sé que comprendes de qué fue todo esto, muy triste, tremendo. Este relato que lo escribí hace bastante, está basado en la realidad, una realidad de la cual hace ya unos cuantos años se superó. Siempre digo "Bendita la democracia" aun con sus propios defectos. Pero es bueno que los países que han tenido que vivir algo similar no lo echen al olvido, para que como hemos dicho en Argentina:"Nunca más", y pensar que cualquiera...pudimos haber sido.

      Un abrazo.

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  2. El horror nunca se olvida ni se tiene que olvidar por mucho que duela y hay que recordarlo para que las nuevas generaciones aprendan del terror causado por los asesinos que un día quisieron dominar el mundo y acallar las ideas.
    Un relato brutal como lo fue la represión, tanto en Argentina como en Chile, y que sigue existiendo en muchos otros países hoy día.
    Un fuerte abrazo y que pases un feliz verano.

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    1. Muchas gracias Josep por leerlo, es un relato de lo que sucedió y sufrieron no pocas personas, el personaje de Laura narra algunas de las atrocidades que se cometieron. Ella, no sé si se puede decir así, tuvo la "suerte" de sobrevivir, los simulacros se hacían cuando decidían liberar a una persona, pero aun así debía sufrir para que creyera que la tiraban al mar desde una avioneta. Lo publiqué porque en pocos días habrá elecciones presidenciales en Argentina y he leído algún comentario de un insensato diciendo tonterías, sin darse cuenta que la democracia nos permite a los ciudadanos emitir libremente nuestro voto y es un sistema que debemos defender. Solo los pueblos que han sufrido dictaduras saben lo que ello representa.

      Gracias por tus deseos Josep y que tengas también un feliz y tranquilo verano.

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