Desde hacía un tiempo un
pensamiento recurrente volvía una y otra vez y la pregunta era la misma: “Quién soy”
Indagaba a mi
madre pero ella acariciando mi rostro contestaba con una sonrisa, o solo decía:
─Tú eres una
princesa.
A medida que pasaba el tiempo iba
creciendo la necesidad de saber quién era mi padre. De a poco fui
reuniendo información que aunque reticente, mi madre me daba. A ella no le agradaba y siempre eludía hablar del
tema.
─Somos italianos, esa es
la sangre que corre por tus venas, tu padre es Paolo y te ama. Decía.
─Yo también lo amo mamá, pero
tienes que entender lo que siento.
Nuestras raíces estaban en Sicilia,
mi padre biológico era de allí. Había llegado el momento de ir a buscarlo. En principio había sido solo una inquietud, ahora era una necesidad, algo
en lo más profundo de mi corazón me decía que tenía que saber.
El avión me había llevado hasta
Palermo y luego el tren hasta Taormina. El corazón se me salía del pecho, miraba por la ventanilla el paisaje de colinas
ondulantes y el mar, ese mar que escondía algo por descubrir. Sentía una mezcla de alegría e incertidumbre. Mi ensoñación se interrumpe con la
voz del revisor del tren.
─Prego signorina, il biglietto.
¡Grazie! Siamo arrivati a Taormina.
El hotel que había elegido estaba
algo retirado del centro. Me sentía agotada, deseaba darme una ducha y dormir. A la mañana siguiente estaba
recuperada, cuando desayunaba en la terraza del hotel llega un hombre y habla con el
camarero. No entendía bien lo que decían. Parecía ser un policía. Era apuesto, de
mediana edad, se acomodó en una mesa, pidió un café y una galleta.
Me atreví a preguntar al muchacho que atendía.
─Cada día viene a desayunar, es el
comisario del pueblo. Dijo.
A la mañana siguiente me presento.
─Anna Marino Lombardo. ¡Tanto
gusto señor!
─Comisario Matteo Grimaldo, un
placer conocerla.
Me tiende su mano y aprieta con
firmeza la mía. El comisario parece un hombre muy
seguro de sí, amable y serio a la vez.
─¿Está de vacaciones?
─No, estoy aquí por motivos familiares, busco a mi padre biológico y tengo información de que vive en la isla, pero desconozco el pueblo o la ciudad.
El rostro del comisario se torna más
serio y mirándome a los ojos dice:
–Veré si puedo ayudarla, me daría mucho gusto señorita. Si me facilita los datos con que cuenta tal vez podamos encontrarlo pronto. Saca de su maletín una libreta
electrónica y apunta lo que puedo aportar. Cuando nombro el apellido lo
noto algo inquieto. Quedamos en reunirnos el miércoles a media mañana en comisaría, luego se despide deseando que pase un buen día.
Los pensamientos no me dejaban en paz. Tal vez no ha sido buena idea venir
hasta aquí.“Qué hará mi padre cuando me vea y quién será él”. Me asaltaban tantas preguntas sin respuesta que por momentos
sentía que estaba en el lugar equivocado.
Me despierta el aroma a café. Al bajar las escaleras aturde el bullicio de la calle. Los jazmines y las rosas impregnan el ambiente de un aroma exquisito. Salgo a caminar siguiendo el ritmo de la gente del lugar, alguien dice mi nombre, es el comisario:
─Anna, creo que en pocos días más tendremos novedades, el Ayuntamiento me ha facilitado información.
Hemos quedado con Matteo Grimaldo en un pequeño bar cercano al hotel, llega puntual. Me explica que con los datos han podido comprobar hay una persona que coincide con la que busco. Vive en un pueblo de la
provincia de Messina, a cincuenta km. de Taormina.
─Giuliano Conigliaro tuvo en el
pasado un asunto complicado con la justicia, pero eso es historia, ahora dirige
una de las más importantes panificadoras de la zona. Es una persona que me merece aprecio y respeto, lo conozco desde hace mucho tiempo. Su hijo murió hace unos
años en un accidente de tránsito. Es un hombre muy golpeado por la vida─ Me explica.
Un escalofrío me recorre el cuerpo.
─Comisario iremos a verlo pero no diremos
nada.
─Pasaremos a saludar de forma
casual, no te preocupes.
Por fin llega el ansiado día, Matteo me recoge frente al hotel. Bordeando un bonito y sinuoso camino de
montaña llegamos al pueblo. Subimos por una callecita de
piedra y a poco andar estamos en la puerta de la Panificadora.
El corazón me late fuerte, siento las piernas flojas, Matteo me guiña un ojo cómplice. El comisario pide por Giuliano a
uno de los empleados. La estancia es acogedora, las paredes están adornadas con ilustraciones
de los tipos de elaboraciones.
El aroma a pan horneado lo invade todo. Se abre la puerta y aparece un hombre alto y
distinguido, en su sonrisa hay un dejo de tristeza. Apenas puedo saludarlo.
Matteo domina la situación, luego de las presentaciones Giuliano nos ofrece un café. Trato de relajarme, la conversación es cercana y
amable. Tengo enfrente a quién puede ser mi padre, de tanto en tanto él clava sus ojos de un azul intenso en mí.
Tendrá sesenta años, pero aparenta unos cuántos
menos. No soy capaz de disimular por más tiempo. Cuando nos despedimos siento su calidez. Por un momento nos miramos como si quisiéramos adivinar el lazo único que nos une. Caminamos con Matteo en silencio y regresamos a Taormina. Me
invade una extraña sensación de ternura.
Anochece, la luna se
recuesta en el mar. El aire fresco de la noche siciliana me envuelve, debo ordenar mis pensamientos. Mañana he decidido regresar a Messina para ver a Giuliano, para abrazarlo muy fuerte y poder desvelar mi secreto, tal vez él me confíe el suyo. Una parte de mi esencia y quién soy busca la respuesta...