“Te enseñé a besar con besos míos, inventados por mí para tu boca”.
( Gabriela Mistral)
Nos abrazamos, como si quisiéramos permanecer así para siempre, nos besamos, un beso intenso que pudiese perdurar en el tiempo que estaríamos separados. Un día gris y el tren a punto de partir; tú agitando la mano por la ventanilla y aquel típico gesto de soplar los besos. Te vas y te llevas tus promesas y las mías.
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El almacén está desierto a esta hora, consulto abstraída la nota de la compra, me sobresalto al escuchar mi nombre.
¡Clarice!
¡Daniel!
─¿Hola, cuánto tiempo!
Solo una fracción de segundos y reacciono, ahí estás delante de mí, nos saludamos con un abrazo como si nos hubiésemos visto todo este tiempo.
─He llegado anoche. Vine para ocuparme de la casa de mi madre, no sé, tal vez la venderé, creo que será lo mejor.
─Claro, tal vez sea lo mejor─ respondo aturdida.
─No quiero interrumpir, estás ocupada, también necesito comprar algunas cosas. ¿Nos vemos mañana por la tarde?, me gustaría mucho ¿Te parece bien?.
Quedamos en el parque, en el puente del lago. Luego me arrepentí, el parque, el puente, me traían muchos recuerdos de nuestros tiempos, cuando estábamos unidos, no sé por qué acepté encontrarnos allí. Durante la cena no me puedo quitar de la cabeza lo sucedido, Alejandro, mi marido, me comenta que irá a Berlín por tres días. No le digo nada del regreso de Daniel, no tendré que explicar nada.
Al llegar al lago Daniel me saluda desde el puente, voy a su encuentro, caminamos y hablamos de temas intrascendentes, sin darnos cuenta estamos en la casa de su madre, su casa de cuando nos queríamos, de cuando éramos nosotros dos.
─Pasa, disculpa, está todo un poco desordenado.
Me resulta familiar, doy un vistazo al entorno, los recuerdos se arremolinan en mi cabeza. Me quedo mirando el jardín en el que las rosas se resisten a desaparecer y ostentan su salvaje belleza en medio de la maleza. Ninguno de los dos se atreve, flotan en el aire muchas preguntas que no tienen respuesta. Sirve dos copas de vino, brindamos, no sabemos bien porqué.
Pone música, es nuestra canción, me abraza, bailamos, la música lo envuelve todo. Cierro los ojos, me dejo llevar…
Se acaba la canción, Daniel sigue con sus manos en mi cintura… nos besamos, es inevitable, un beso único, como si el tiempo se hubiera detenido.
Me aparto de su abrazo y recojo mi abrigo, él hace ademán de retenerme.
“No me has olvidado Clarice, ¿Verdad que no?”.
“Nuestro tren partió Daniel, ya no nos llevará a una estación donde poder arribar juntos…”.
Me despido de ti sin despedirme… para quedarme en tu mirada..
(Relato participante en Club de Escritura Fuentetaja)
Historias de un beso.
¡Oh, qué pena! Yo pensaba que Clarice y Daniel volverían. Ese tren que ya partió no regresará, supongo, porque habrá llegado algún otro en el ínterim, ¿no? Ja, ja...
ResponderEliminarBuen relato en su brevedad, Miry
Un beso
Gracias Juan Carlos por pasar a leer. Sí, a veces sucede de este modo. Pero claro nunca se sabe..
EliminarSaludos!
Una historia muy romántica sobre un amor que no se ha desvanecido pero que es imposible reiniciar. Cuántas veces quisiéramos rebobinar, pero el paso del tiempo es implacable. Cuando algo bello se deja escapar ya no hay forma de voverlo a capturar.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Muchas gracias Josep! Por acercarte a leer. Sí, a veces sucede lo que dices. Evidente que en el caso de Clarice y Daniel podría haber sido una bonita historia de amor con otro final..
EliminarUn abrazo.